Yo estuve ahí. Yo también me sentí abrumada, agotada, sola e incomprendida. Me pasó cuando tuve a Julia, mi primera hija, pero sobre todo cuando llegaron los mellizos Lorenzo y Antonia. Ser mamá es una experiencia profundamente transformadora. Es tan profunda como intensa y, sobre todo los primeros tiempos, un verdadero tsunami emocional.

Entre todos los cambios, hoy también desde mi lugar de doula, no tengo duda de que la experiencia de la lactancia es una de las más potentes y desafiantes. Es un momento con el que muchas soñamos, pero que en general se idealiza bastante. Imaginamos la escena del bebito tomando la teta y mirando a los ojos desde el amor más profundo, en ese momento de conexión único. Y a veces sucede, pero muchas otras no.

Cuando no te sale fácil, cuando te duele, cuando estás ansiosa y querés mirar el celular, cuando te falta leche o cuando no se prende bien, entre otros mil imponderables, es importante informarnos. Saber que a otras les pasa y que hay formas de allanar el camino. Saber pedir ayuda. Si no, lo más probable es que terminemos comprando la fórmula en el supermercado, abandonando la lactancia antes de tiempo. Más por reacción que por respuesta. Ahí se esconde toda la diferencia.

Hasta casi el año de vida, no le di fórmula a mis hijos. Pero muchas veces sentí ganas de tirar la toalla. En esos momento, me asesoré y pude apoyarme en grandes profesionales y en mi entorno.

Si estás atravesando un momento difícil, sabé que no estás sola. Podés calmar tus miedos con información y buenas profesionales. Y si hoy fue un mal día, sabé que hoy no es siempre.

Abrazo fuerte, Delfina.