Es fácil confundirnos. Para la mayoría de las personas, una buena historia de amor y una linda historia de vida son sinónimos. Pero no necesariamente.
Hace un tiempo escuché a la gran @estherperelofficial (con quien tuve el lujo de estudiar) marcar muy bien esta distinción. Decía que a lo largo de nuestra vida, habrá personas que amaremos con locura, y no necesariamente serán las mismas con las que querremos armar una proyecto de vida. Es probable que hayas tenido muchas (o algunas) historias de amor pero sin potencial de transformarse en algo más que eso.
Una historia de amor exige pasión, romance, seducción, incluso adrenalina. Te hace saltar el corazón y ocupa todo tu pensamiento. Una historia de vida también puede tener estos condimentos, sobre todo al inicio, pero además provee algo fundamental capaz de extenderse en el tiempo: estabilidad, conexión emocional y apego seguro.
Cuando esa relación es una historia de vida, lo que se despliega es la capacidad de compartir los días juntos mucho más allá de las primeras mariposas. Se descubre ante nosotros alguien con quien podemos atravesar también los miedos más grandes, los dolores más profundos, los desafíos más duros que nos toquen vivir. “Son diferentes ingredientes”, dice Esther. Porque además de sentimientos, en la historia de vida se juegan los valores, algo clave para los proyectos a largo plazo.
Por supuesto que queremos que las historias de amor se conviertan en historias de vida, pero las historias de amor en sí mismas no necesariamente lo son. Y está bien que así sea. También necesitamos transitar esos espacios con la libertad de no exigirles ser más que eso, para luego poder apreciar en toda su belleza aquellos otros tal vez un poco más calmos, menos eufóricos, pero mucho más sólidos. Esos que están hechos del material que resiste el tiempo y el olvido. ¿Qué opinan? ¿Se les viene a su mente aquella historia de amor que no se pudo volver historia de vida? ¿Qué emociones les trae hoy?