Quizás podemos leerles un libro o ponernos a dibujar con ellos, pero cuando nuestros hijos nos piden que nos sentemos a jugar, muchos hacemos agua. Nos falta paciencia, ingenio, creatividad. Sentimos que estamos perdiendo el tiempo. Y, a la vez, nos da culpa no ser capaces de dedicarle ese espacio a nuestros niños. No ser capaces de conectar con la capacidad de juego.
Si estuviste alguna vez en ese lugar, vengo a contarte algo importante. Nuestro cerebro no solamente sigue sabiendo muy bien cómo jugar, sino que además necesita ese espíritu lúdico para volverse más creativo y más flexible. Gracias a nuestro cerebro más primitivo, el reptiliano, las personas necesitamos ese desafío que nos impulsa.
Tuve un momento de mi vida en el que sentí que me había vuelto muy seria y tenía poco humor. Esto puede suceder a medida que vamos creciendo en nuestra carrera y sentimos que debemos ser un poco más formales para estar a la altura del puesto y el ámbito científico en mi caso. Y aunque mi pasión por mi trabajo me hacía sentir viva y alegre, entendí que necesitaba volver a despertar mi sentido de la alegría.
¿Qué hice? Empecé a conectar más con los momentos de juego. Con mis hijos, con mi marido, con mis amigos. Empecé a desempolvar una actitud lúdica y a decir que sí, incluso a cosas que me daban miedo o vergüenza. Y a medida que lo hacía, comenzó a volverme la chispa, la motivación y el optimismo.
Hoy siempre estoy dispuesta a tirarme en el piso y armar alguna construcción de Legos o rompecabezas, jugar al doctor o al restaurante. También a sacar del ropero los juegos de mesa y proponer alguna noche entre amigos o en pareja. Y a decir siempre que sí a las comedias, los shows de stand up, las sitcoms. Sigo sin ser buena contando chistes, ¡pero estoy siempre abierta a que me cuenten uno bueno!
Un abrazo, Delfina.