En la antigüedad, los egipcios creían que la inteligencia se encontraba en el corazón. De hecho, el significado de felicidad en la antigua lengua egipcia era “corazón espacioso”. Y la infelicidad significaba “corazón truncado o alienado”.
Cincuenta siglos después, se entendió que el órgano central de nuestras funciones cognitivas y nuestro sistema emocional era el cerebro, también descubriendo años después su plasticidad y su capacidad de cambiar, adaptarse y transformarse, moldeado por la experiencia, la repetición y la intención.
Hoy, gracias a los avances en neurociencia, la investigación está centrada en la unión e interacción mente-cuerpo, la intrínseca relación entre el cerebro y el resto de los órganos. Sabiendo, por ejemplo, que existe una forma de comunicación muy potente entre el cerebro y el corazón por medio del nervio vago.
En general, tendemos a separar la mente, entendiéndose como una entidad RACIONAL, del corazón que es la entidad RELACIONAL. Y esto tiene que ver con que la función del cerebro es comparar, clasificar, dividir, separar. En cambio, el corazón nos lleva a la conexión, a la unión, y al compartir. Desde el corazón no hay diferencias, somos todos lo mismo. En síntesis, la felicidad individual y nuestro bienestar colectivo dependen de la integración y la colaboración de ambos, la mente y el corazón.
Te invito a reflexionar que en esencia la mente y el corazón forman parte de una inteligencia unificada. Y que, como dice Saki Santorelli, “la mente es la superficie del corazón; y el corazón es la profundidad de la mente”.