Cuando hablamos de Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), muchos piensan en niños inquietos, que se distraen con facilidad y tienen problemas de concentración. Sin embargo, el TDAH no se limita a esa imagen: requiere un análisis más amplio y profundo.
En adultos, el diagnóstico es menos evidente y el trastorno puede esconderse detrás de múltiples “disfraces”. Una persona con TDAH puede ser funcional, inteligente, sensible… y aun así presentar dificultades características del trastorno. Algunos de sus disfraces:
1. Se disfraza de caos: te cuesta organizarte, priorizar, llegar a tiempo, sostener rutinas. Sentís que vivís en un desorden mental (y externo) constante.
2. Se disfraza de pereza: te juzgan por «no ponerte las pilas», pero en realidad estás paralizado/a por no saber cómo empezar.
3. Se disfraza de inestabilidad emocional: reacciones intensas, sensibilidad extrema, dificultad para regular lo que sentís. Todo te atraviesa mucho.
4. Se disfraza de procrastinación: evitás tareas que te cuestan, incluso las que te gustan. Tu mente salta de una cosa a otra sin terminar ninguna.
5. Se disfraza de desorganización: citas olvidadas, mails sin responder, mil pendientes abiertos. Y culpa constante por no poder con todo.
6. Se disfraza de exceso de ideas: tenés creatividad y entusiasmo, pero te cuesta sostener el foco o concretar. Y el salto de una idea a otra te agota.
7. Se disfraza de autoexigencia: sentís que das mucho, y aun así no alcanza. Vivís en la ambivalencia de «soy demasiado» y «no soy suficiente».
Reconocer estas manifestaciones en la adultez es clave para entender comportamientos, establecer estrategias de organización y mejorar la calidad de vida. El TDAH no desaparece con la edad, pero sí se puede aprender a gestionarlo de manera efectiva.