Es un error común. Se suele imaginar la depresión como algo evidente: alguien que no puede salir de la cama, que llora todo el tiempo, que se muestra apagado. Y a veces es así. Pero muchas otras, no.
La depresión también puede camuflarse. Disfrazarse de mal humor constante, de distancia emocional, de desgano o de insomnio. Y cuando no la reconocemos, no solo se vuelve más difícil pedir ayuda, también puede volverse más profunda y hasta riesgosa.
Algunas de sus formas disfrazadas son tan comunes y socialmente aceptadas que incluso pueden pasar por rasgos de personalidad. Por eso, empezar a identificarla es un acto de salud mental, autoconocimiento y cuidado.
Algunos de los disfraces:
- Se disfraza de irritabilidad: Saltamos por cualquier cosa, todo nos molesta. No entendemos por qué estamos tan a la defensiva. Y por dentro, nos sentimos solos y vacíos.
- Se disfraza de desconexión emocional: Nos alejamos de quienes queremos, no sentimos entusiasmo por nada. Respondemos en automático, como si estuviéramos lejos de todo.
- Se disfraza de insomnio (o de dormir mucho): Dormimos todo el día o no pegamos un ojo en toda la noche. El cuerpo está cansado, pero la mente no para. O son ambos: la mente está nublada y el cuerpo tampoco se quiere levantar.
- Se disfraza de cambios en el apetito: Hay días en los que no comemos nada, y otros en los que no podemos parar. Y en ninguno encontramos consuelo.
- Se disfraza de falta de motivación: Tareas simples se sienten imposibles. Nos cuesta empezar, nos cuesta sostener. Y nos cuesta explicarlo.
- Se disfraza de sentirnos una carga para todos: Aunque nos digan que no, creemos que molestamos a los demás. No podemos evitarlo, nos sentimos de más en cualquier situación familiar.
La depresión no siempre grita. A veces apenas susurra. Por eso, escuchar esos susurros puede ser el primer paso para pedir ayuda.