Pasa algo. Chiquito. Una pequeña cosa dentro de un largo día. Pero no podemos dejar de pensar en eso. Le damos vueltas y vueltas, nos mareamos dentro de nuestra calesita mental. Tanto, que agigantamos eso minúsculo que sucedió. La mala cara que nos puso alguien, ese pedido de la maestra que nos olvidamos de enviar al colegio de los chicos, ese dato que no llegamos a cargar en el informe.
¿Qué estamos haciendo? Estamos SOBREPENSANDO. Estamos encerrados en una pequeña habitación dentro de la gran casa que es nuestra mente. Y ahí dentro estamos decididos a encontrar algo que ni siquiera necesitamos de verdad. Abrimos cajones, roperos, desarmamos la cama, miramos detrás de los muebles.
No encontramos esa respuesta que buscamos y entonces empezamos a obsesionar. Nos angustiamos. Nos agotamos mentalmente. Pero sin embargo seguimos metidos en ese pequeño cuarto, buscando la solución.
Y si simplemente detuviéramos ese frenesí por un segundo y respiráramos profundo, pasaría algo maravilloso. Entenderíamos que lo que buscamos no solo no es necesario, ni siquiera existe. Y que podemos vivir sin eso. Podemos soltar y aceptar que somos capaces de olvidarnos alguna vez el pedido de la maestra, la mala cara de quien nos atendió en un negocio, el dato en el informe laboral. No somos infalibles, somos humanos (y los demás también).
Tal vez a veces volvemos a ese cuarto, pero cada vez con menos frecuencia, y cada vez logramos salir más rápido. Entendemos que nuestra mente es la casa entera, y así la habitamos. ¿Y qué sucede entonces? Somos capaces de abrazar la incertidumbre y dejar de sobrepensar. Aprendemos a fluir, a soltar y a respirar. Y en el proceso, empezamos a vivir mejor.
¿Te pasa de sentirte mareado en tu propia calesita mental?