¿Escuchaste alguna vez hablar de la humanidad compartida? Se trata de la idea de que, a pesar de nuestras diferencias individuales, todos los seres humanos compartimos experiencias, emociones y necesidades esenciales. Me gusta pensarlo con la metáfora de que todos estamos en el mismo mar, aunque sea en diferentes embarcaciones.
Parece obvio, ¿no? Sin embargo, este concepto pone sobre la mesa algo que no siempre se trata como tan evidente: cada persona merece respeto, dignidad y amor. Sea cual sea la embarcación en dónde se encuentre. Desde la más chiquita y rústica, hasta la más grande y lujosa.
Esta idea esencial propone algo más, que me parece vital traer a discusión en este Mes del Orgullo: necesitamos crear espacios seguros e inclusivos donde las personas, independientemente de su orientación sexual o identidad de género, se sientan valoradas y respetadas. Donde aceptemos al otro sin distinción y sin peros.
La humanidad compartida es un principio poderoso. Si todos empezáramos a actuar bajo su premisa, podríamos transformar la sociedad, generando contextos de mayor empatía, unidad y aceptación de la diversidad.
Para esto, podemos empezar aplicando un principio del mindfulness: la aceptación radical. Es aceptar con nuestra mente, cuerpo y corazón. Es entender que rechazar la realidad no la cambia, sino que convierte el dolor en sufrimiento (en este caso, especialmente de quien no es aceptado).
En este mes de la diversidad, te invito a practicar la aceptación como disparador para una sociedad más inclusiva y amorosa. Una en la que seamos más humanos que nunca. ¿Te sumás?
Este día se lo dedico a todos aquellos rebeldes con causa, que se la jugaron por lo que sentían, más allá del costo caro a pagar.. Aceptar que vivimos en una humanidad compartida implica una profunda empatía y un compromiso con la justicia social.