La semana pasada fue una semana desafiante, y hoy quiero compartirles una máxima en mi vida cada vez que necesito volver a mi eje y recuperar mi equilibrio
Recuerdo que una tarde hace varios años en un retiro de silencio nos dividieron las “tareas” de servicio y me tocó limpiar los pisos del salón. Si bien debo confesar que algo de resistencia me causó al principio, no olvido lo terapéutico que resultó mientras mi mente se iba acallando y sentía un estado meditativo de presencia en cada instante en que repetía una y otra vez el mismo movimiento con el balde y el trapo. Y ni hablar la sensación de cansancio físico pero de satisfacción y liviandad que sentí al terminar.
Cuando alguien nos juzga o nos critica, nos sentimos heridos. O cuando discutimos con alguien y no nos sentimos escuchados, nos cuesta sacarnos eso de la cabeza. ¿Qué podemos hacer para frenar o limpiar aquello que la mente no puede? MOVERNOS.
Cuando hacemos una caminata, una clase de yoga, o simplemente limpiamos nuestra casa, el cuerpo también “limpia” lo que la mente no está pudiendo resolver. Y a pesar de que lo que aprendemos desde lo “intelectual” puede ser importante, lo que aprendemos desde el cuerpo con el trabajo físico tiene mucha más influencia en nuestra fortaleza mental.
He visto documentales en que los monjes zen se levantan bien temprano y se ponen a limpiar. Uno de ellos hablaba de “trabajo duro y perseverancia”, porque cuando nos esforzamos y trabajamos con toda la cabeza, el cuerpo y el corazón, nos volvemos fuertes y el enojo y el juicio se van esfumando, pierden importancia.
Entonces, los invito a que hagan la prueba. Cuando estén enojados/as o tengan un día difícil, los invito a que se muevan, que si quieren encaren la limpieza de alguna parte de su casa, con toda la cabeza y el cuerpo presentes. Y noten qué pasa una vez que terminan.
¿Qué les parece? ¡Prueben y me cuentan!