Cada like, cada swipe, cada “5 minutos más” antes de dejar el teléfono, tiene un costo. Y Alto, aunque no lo veas.
Vivimos convencidos de que el problema es la falta de voluntad. De que si tan solo nos enfocáramos más, si dejáramos el celular a un lado o nos organizáramos mejor, seríamos más productivos. Pero no es tan simple ni tampoco tan personal.
En un estudio de la London School of Economics descubrieron algo vital. Al alejar los celulares de los escritorios, las personas reducían su uso. Pero en vez de enfocarse mejor, dirigían su atención a otros dispositivos. Es que no se trataba del objeto, sino del circuito de recompensa inmediata que se activaba en el cerebro.
La distracción no desaparece: se transforma. Y las plataformas digitales están diseñadas para eso. Para interrumpir, captar y mantenernos en un estado de búsqueda constante. Es decir que no estamos fallando al enfocarnos: estamos participando de un sistema pensado para explotar nuestra atención: likes, mensajes, actualizaciones, luces, novedades constantes, entre otros estímulos que nos dan recompensa inmediata que nuestro cerebro busca.
Lo que quiero decirles es que no es una adicción, sino que es diseño. Estas plataformas están programadas para saltarse la corteza prefrontal, el área del cerebro encargada de tomar decisiones y planificar. Por eso no estamos perdiendo el foco, sino que nos están ganando de mano.
La buena noticia es que podemos rediseñar ese entorno, nuestro contexto. No desde la exigencia, sino desde el discernimiento y la conciencia. Podemos entrenarla como un músculo.
Algunos consejos:
- Usar temporizadores visuales.
- Practicar respiraciones que atenúan al sistema nervioso.
- Armar rituales de apertura y cierre de tus tareas diarias.
- Retrasar la recompensa: dejar un margen de tiempo antes de gratificarnos con estímulos, para no acostumbrarnos a lo inmediato.
Cuando entendemos cómo funciona nuestra atención, podemos dejar de pelearnos con nosotros mismos y, en cambio, empezar a crear un sistema que trabaje a nuestro favor.