Es una de las tareas más difíciles que existen. Ser uno mismo es un enorme desafío, porque implica no solamente conocernos en profundidad, sino además animarnos a mostrar al mundo eso que somos.
Nada más y nada menos que despojarnos de las capas que nos hemos ido sumando en busca de pertenecer (a un grupo de amigos, a un circuito, a un lugar) y encontrar el propio sentido de pertenencia. Para muchos, la tarea de toda una vida.
La gran investigadora @brenebrown escribió sobre esto en su libro “Desafiando la tierra salvaje”. ¿Y por qué este nombre? Porque pertenecer a nosotros mismos implica sostenernos solos, aventurarnos en las tierras salvajes de la inseguridad, la vulnerabilidad y las críticas. Porque la verdadera pertenencia no requiere que cambiemos lo que somos para encajar, sino que simplemente seamos.
Para lograr esto, Brené plantea cuatro elementos que debemos tener en cuenta y que pueden convertirse en un desafío diario:
- La gente es difícil de odiar vista de cerca. Acércate.
Cuando miramos en grupo y de lejos, tendemos a deshumanizar. Le atribuimos características generales a todos, sin saber los matices de cada uno. Acercarse permite hablar, ampliar la mirada y, en definitiva, entender al otro.
- Respondé con verdad a las mentiras.
No hace falta opinar de todo ni tener una respuesta para cada cosa. A veces está bien decir simplemente “no sé” y aceptar que no sabemos todo ni tenemos una opinión formada.
- Agarrate de la mano con desconocidos.
Todos estamos conectados, y permitirnos sentir esa conexión es fundamental. Puede lograrse con una charla en el subte con alguien que no conocemos, ayudando a una persona en la calle, dándole charla a quien esté solo. Esto también expone nuestra vulnerabilidad, y hace que seamos más genuinamente nosotros.
- Espalda fuerte, piel blanda, corazón suave.
Necesitamos la fuerza y valentía para sostener nuestras convicciones, pero también la capacidad de estar abiertos y sensibles al mundo. ¿Y el corazón suave? Es la capacidad de ser firmes y tiernos, entusiastas y tímidos, osados y temerosos. Es poder reconocer el dolor de los demás, pero también seguir siendo capaces de experimentar nuestra propia alegría.
Un abrazo, Delfina.