Hacer, hacer y hacer. El imperativo de este tiempo nos persigue.
Pareciera que quien no hace, no existe. Y así, terminamos todos con la agenda estallada y constantemente estresados.
Pero estamos equivocados. Si queremos hacer más y mejor, si queremos ser productivos y poder desarrollarnos en todo nuestro potencial, tenemos que ser capaces de frenar. Porque la creatividad sólo surge de una mente que deja respirar a las ideas.
Parece contraintuitivo, lo sé. Pero es que solo en la pausa podemos tomar otra perspectiva de las cosas. Cuando le damos lugar al vacío, aparecen nuevas ideas y, sobretodo, ganas. Porque la creatividad no solamente tiene que ver con crear algo nuevo, sino también con poder resolver problemas con otra mirada. Con encontrar una manera diferente de hacer las cosas.
Por eso, para ser creativos debemos cultivar hábitos saludables como los espacios de calma, el contacto con la naturaleza, el buen descanso y el buen humor. Podemos estar hablando de una pausa física, como salir a caminar o hacer algo con las manos (cocinar algo rico o hacer jardinería, por ejemplo). También de una pausa espiritual, en la que nos demos el espacio para meditar unos minutos. O de una pausa social, en la que salgamos a tomar un café con un amigo.
La ciencia nos enseñó que las mejores ideas surgen de un cerebro relajado. Al darnos perspectiva, la pausa nos regala el “darnos cuenta”, que nos trae la libertad de poder elegir qué hacer -o no- con lo que esté pasando.
Creeme, el acelere ya pasó de moda. Ahora quienes son capaces de frenar y escucharse son los que mejor conectan con su lado creativo. Y por ende, los que mejor desarrollan su potencial.
Y mientras, te propongo empezar regalándote una pausa que te conecte con tu costado más innovador. ¿Qué espacio podés regalarte hoy mismo?