Muchas veces, la sociedad nos fomenta la idea de que si somos adultos y maduros, no deberíamos estar tan pendientes de que nos quieran y nos valoren. Y hasta muchas veces está la idea implícita de que mostrar nuestra vulnerabilidad nos vuelve débiles y dependientes.
Sin embargo, la teoría del apego nos dice que todos como seres humanos necesitamos de vínculos que nos den seguridad afectiva. Es una necesidad universal, más allá de la edad que tengamos.
Cuando nos sentimos seguros de nosotros mismos, cuando no nos disgusta la cercanía ni nos molesta depender de las personas que amamos, nos cuesta menos pedir ayuda y proporcionarla. Por ende, somos más sanos emocionalmente. Y tenemos relaciones sanas. Además, toda la cercanía emocional y física que vivimos con nuestras figuras de apego en la infancia se traslada de adultos a las relaciones de pareja.
Una de las grandes terapeutas vinculares, Sue Johnson -fundadora del modelo TCE (Terapia Centrada en las Emociones)-, estudió la teoría de apego en la pareja. A partir de sus investigaciones, ha traído a la luz que los problemas amorosos desencadenan emociones que están muy vinculadas a nuestro sistema de supervivencia.
Y como recordarás de algunas reflexiones anteriores, tal como otros mamíferos, cuando los humanos nos sentimos amenazados se nos activan las amígdalas cerebrales y reaccionamos de tres maneras: ATACAMOS, HUIMOS o nos PARALIZAMOS. Nuestro cerebro está programado para sobrevivir a través de estos tres mecanismos, y conocer cuál es nuestro patrón individual de reacción nos va a ayudar mucho a identificar nuestro patrón vincular con nuestra pareja.
Uno de los temas que más me gusta de Sue es cuando explica su teoría de los “tres diálogos malditos”, que encuentro como un recurso muy útil en el consultorio con mis parejas consultantes.