Hasta hace no muchos años, las emociones tuvieron mala prensa: desbordantes, malas consejeras, amenazantes. Incluso manifestarlas estaba mal visto.
Y en el mundo de la ciencia no había mucho interés en estudiarlas, sino que estaba mucho más abocado al estudio del cerebro y lo que éste producía: pensamientos. ¿Sólo pensamientos? A las emociones se las ubicaba más bien a nivel físico, y no de la mente, cayendo en la dualidad mente/cuerpo, como si estuviéramos hechos de dos entidades separadas.
Hasta que llegaron quienes, para mí, son los tres mosqueteros de las emociones: Paul Ekman, Joseph Le Doux y Antonio Damasio. Fueron los embajadores encargados de poner sobre la mesa al mundo emocional en el ámbito científico. Y a ellos les debo mucho de mi conocimiento. ¿Quieren conocerlos?
Hoy les cuento sobre Paul Ekman. Nacido en Washington DC y hoy de 87 años, dedicó toda su vida a estudiar las emociones. Explorador y aventurero, toda su carrera se desarrolló fuera de los caminos habituales. Su principal hallazgo fue que las expresiones faciales de las emociones no son determinadas culturalmente, sino que son universales y tienen un origen biológico tal como plantea la Teoría de la Evolución de Charles Darwin.
Su pasión por la fotografía, especialmente los retratos, lo llevó a encontrar que los gestos y expresiones juegan un papel preponderante en las personas, muchas veces incluso más que las palabras. Y desarrolló una lista de emociones básicas a partir de investigaciones transculturales: alegría, ira, miedo, asco, sorpresa y tristeza.
Ekman describió “microexpresiones” faciales que, según demostró, pueden utilizarse para detectar las mentiras con cierto grado de confiabilidad y estudió las razones por las que mentimos. Incluso, actualmente trabaja en el diseño de un detector visual de mentiras.
También, se ha dedicado en los últimos años a trabajar con el Dalai Lama, a través de la interpretación de investigaciones científicas acerca de los fundamentos de la compasión, el altruismo y las relaciones humanas pacíficas.