Muchas parejas llegan a consulta con la esperanza de encontrar una fórmula que borre los problemas de raíz y les devuelva el idilio de los primeros tiempos juntos. Desgraciadamente no la hay, pero lo que sí existe es la posibilidad de transformación cuando hay disposición para cambiar y crecer (juntos o separados).
Para empezar a abrir el proceso con las parejas, lo primero es estar disponibles. Llegar convencidos de que quieren trabajar en eso. Dispuestos a escuchar y mirar lo que está pasando. No se trata de culpar ni señalar al otro, pero sí de reconocer patrones, desbloquear emociones y bucear en el fondo de los conflictos. Cuesta, lo sé, y hasta veces resulta agotador y drenante saber que aunque algunas diferencias no desaparezcan, podrán convivir con ellas y respetarlas.
En mi experiencia, no tengo duda de que la compatibilidad con el otro se construye día a día desde un proceso activo. Los terapeutas les damos a los pacientes la oportunidad, y son ellos quienes tienen en sus manos la decisión. No es el profesional el que hace el cambio, es la pareja, con el compromiso y la voluntad de encontrar un terreno fértil desde el que volver a construir.
Y a veces, aun así no alcanza. A veces la intención con la que llegaron no se cumple, y esa pareja termina eligiendo caminos distintos. Puede suceder, y en ese caso la tarea como terapeutas será proveer un espacio seguro para que puedan conciliar la mejor forma de separarse. No es un fracaso; fracaso sería que sigan juntos si no son felices. Y, sobre todo, no haberlo intentado.